Se cuenta que el visir Bard al-Din, gobernador de Yemen, tenía un hermano, de belleza tan poco común que tanto hombres como mujeres se detenían a su paso y recreaban su vista con los muchos encantos de su aspecto. El visir, que temía que algo impropio le pudiese ocurrir a un ser tan encantador, le mantenía apartado de los ojos de los hombres e impedía que tuviese amigos de su edad. Como no deseaba enviarlo a las escuelas coránicas con otros jóvenes, para evitar que se fijasen demasiado en él, pidió a un anciano venerable y piadoso, conocido por su castidad, que viniese a su casa como tutor, y le cedió unas estancias contiguas a las de su propia mansión.
El anciano venía todos los días a palacio pasaba muchas horas con el estudiante. No pasó mucho tiempo antes de que la belleza y el poder de seducción de éste surtieran los efectos habituales; tras unas pocas semanas, el anciano estaba tan profundamente enamorado de su joven pupilo que oía en su fuero interno cantar a todos los pájaros de su juventud, un canto que despertó en él algo que llevaba mucho tiempo dormido. Como no conocía otro modo para controlar sus sentimientos, lo que hizo fue abrir su corazón al joven y decirle que no le era posible vivir sin él.
"¡Ay!", dijo el joven, profundamente emocionado por los sentimientos de su maestro, "mis manos están atadas y mi hermano controla todos y cada uno de los minutos de mi vida". El anciano suspiró y dijo: "¡Cuánto anhelo pasar una noche a solas contigo!". "Puedes decir lo que quieras", respondió el joven; "pero, si mis días tan bien guardados están, ¿cómo piensas que son mis noches?". "Lo sé, lo sé", dijo el anciano. Pero mi terraza está junto a la tuya; debería serte fácil trepar discretamente de tu ventana a la terraza cuando tu hermano esté dormido. Podemos vernos allí y yo te ayudaría a escalar la pared para subir a mi propia terraza. Y allí, nadie podría vernos".
Al joven le gustó la idea. Hizo semblante de irse a dormir aquella noche, pero tan pronto como su hermano el visir se retiró, escaló a la terraza, donde el anciano estaba esperándole. El sabio le ayudó con la mano a salvar la separación y llegar a su propia terraza, donde había dispuesto para su agrado bandejas de fruta y copas rebosantes de vino. Se sentaron en una estera blanca a la luz de la luna, y empezaron a beber y cantar juntos, inspirados por la claridad de la noche y los suaves rayos de luz de las estrellas, que iluminaban su camino hacia el éxtasis. Mientras el tiempo pasaba gozosamente, el visir Badr al-Din despertó de repente con la idea de que tenía que comprobar qué tal estaba su hermano menor, con la consiguiente sorpresa al ver que no estaba en su habitación. Tras buscar por toda la casa, salió a la terraza y, por encima del muro, vio a su hermano y al anciano sentados juntos, sosteniendo sendas copas de vino.
lunes, 15 de diciembre de 2008
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